El capataz

Durante tres agotadoras jomadas, Glenn Mace y sus vaqueros cabalgaron desde el alba al anochecer sobre las huellas de los caballos robados en dirección al oeste. En la mañana del cuarto día, Glenn Mace alcanzó una vaguada donde, a juzgar por las cenizas de un fuego reciente, los cuatreros se habían detenido para acampar la noche anterior. Después de palpar las cenizas, Mace irguió su joven y atlética figura. Sus centelleantes pupilas verdes otearon el horizonte hacia el oeste. —Ellos calentaron su café en este fuego al romper el día. Les alcanzaremos antes de la noche —dijo con firmeza. Alan Good, uno de los veteranos del grupo, arguyo: —El río debe estar cerca. Si pasan al otro lado antes que les alcancemos, habrán traspuesto la frontera y no les podremos seguir más lejos.